
Entraba con inocencia en la redacción y mientras esperaba a poder pelearse con el programa de edición echaba una mirada a la derecha. Allí, en una mesa solitaria, estaba ella: la máquina de escribir de don Manuel Liaño.
Se trataba de una situación de paradojas donde las nuevas tecnologías de la información emprendían una batalla desigual contra la vieja y vetusta máquina de escribir. Tan sólo ella logró mantenerse en pié.
Se trataba de una situación de paradojas donde las nuevas tecnologías de la información emprendían una batalla desigual contra la vieja y vetusta máquina de escribir. Tan sólo ella logró mantenerse en pié.

Ayer lo recordé. Y cómo creo que un tal Pedro Salinas expande los sentimientos mejor que yo, me permitó reproducir un poema suyo que permanecía dormido en mi memoria, para a través de las máquinas de escribir, de la marca que sean, recordar a don Manuel Liaño.
UNDERWOOD GIRLS
Quietas, dormidas están,
las treinta, redondas, blancas.
Entre todas
sostienen el mundo.
Míralas, aquí en su sueño,
como nubes,
redondas, blancas, y dentro
destinos de trueno y rayo,
destinos de lluvia lenta,
de nieve, de viento, signos.
Despiértalas,
con contactos saltarines
de dedos rápidos, leves,
como a músicas antiguas.
Ellas suenan otra música:
fantasías de metal
valses duros, al dictado.
Que se alcen desde siglos
todas iguales, distintas
como las olas del mar
y una gran alma secreta.
Que se crean que es la carta,
la fórmula, como siempre.
Tú alócate
bien los dedos, y las
raptas y las lanzas,
a las treinta, eternas ninfas
contra el gran mundo vacío,
blanco a blanco.
Por fin a la hazaña pura,
sin palabras, sin sentido,
ese, zeda, jota, i...
(Pedro Salinas)
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